jueves, 18 de julio de 2019

INTRODUCCIÓN

INTRODUCCIÓN


« Un “sí” a esta Iglesia concreta que nos envuelve, protege y sostiene como el regazo maternal»
[Homilía del Jueves Santo del Excmo. Mons. Luis Eduardo Henríquez (1974)].


La Iglesia como objetivo

      El presente trabajo de contenido histórico, en el Primer Centenario de la Arquidiócesis de Valencia, es un homenaje a Jesucristo, el Señor del Tiempo y de la Historia, por tantos hombres y mujeres que han hecho posible el anuncio de la Buena Nueva en esta Iglesia particular que peregrina en tierra carabobeña. Estos hombres y mujeres son personas humanas que tienen nombres y apellidos y han plasmado su rostro humano en esta Iglesia. Es la Iglesia de Jesucristo, formada no por ángeles bajados del cielo, sino por personas nacidas en esta región y otras venidas de lugares lejanos, pero con el mismo espíritu aventurero y tocados por el mismo milagro del llamado de Dios. Se convirtieron en discípulos del Señor para pastorear y recrear a una comunidad viva y activa en el recurrir de la historia de la salvación. Ellos son los pioneros de la Buena Nueva del Evangelio de Jesucristo.

     Por consiguiente, no se puede hablar de la Iglesia, sin hablar primero de la experiencia personal con Jesucristo, el Evangelio de Dios. Si aquellos cristianos fueron hombres y mujeres de Iglesia, es porque fueron ante todo hombres y mujeres enamorados de la Buena Nueva de Jesucristo, el fundador de la Iglesia. Sin Jesucristo no hay Iglesia. La Iglesia es un misterio, es humana y divina, y está insertada en la historia. Su fin es anunciar el reinado de Dios, es decir la Buena Nueva de Jesucristo, y este anuncio se da por mediaciones eclesiales en el mundo. Aunque Dios está por encima de aquellas mediaciones (instituciones, estructuras y personas), la Iglesia es parte del proyecto de Dios. Con razón los primeros evangelizadores comprendieron que su misión era proclamar la Buena Nueva de la Persona de Jesucristo. Con su testimonio y fidelidad nos dejaron un legado eclesial: «un “sí” a esta Iglesia concreta que nos envuelve, protege y sostiene como el regazo maternal».

        Dicho trabajo está divido en cuatro partes: La primera parte queremos presentar en grandes rasgos los “antecedentes históricos” de la Iglesia valenciana (1530-1922). Es una Iglesia que se viene fraguando en el mismo momento de la fundación de la Nueva Valencia del Rey. La segunda parte “sintetizamos nuestra historia eclesiástica en la labor apostólica de los Obispos y Arzobispos, con una mirada de fe hacia una Iglesia centenaria”. La tercera parte es el principio de crear una “cronología eclesiástica” desde la creación canónica de nuestra Diócesis hasta hoy (1922-2022). Son tres partes de una misma realidad eclesial que se viene diseñando e insertando en la vida social de la región carabobeña. Y finalmente, presentamos algunos temas históricos que nos pueden y deben llevar a un conocimiento mayor de la repercusión social de la Iglesia en esta sociedad. Todo este trabajo estará sometido en el tiempo a la revisión y corrección de su contenido para una major comprensión y desarrollo de su historia.  

     El objetivo de esta investigación no es sólo mirar hacia atrás, como la mujer de Lot, y quedarnos en el pasado, sino conocer el pasado para reflexionar y comprender, y así vivir con mayor esperanza el presente para encarar el porvenir. Hoy más que nunca, nuestro catolicismo requiere hombres y mujeres que puedan pronunciar un “sí” a esta Iglesia concreta. Entramos en un tiempo de la historia de la Iglesia, en el que no basta ser nominalmente “católico”, sino testimoniar con valentía y coraje el “ser” miembro activo y decidido en la vida diocesana. Es saberse que “soy católico”, que estamos en comunión y en sintonía con el Obispo diocesano junto con el Párroco de cada comunidad cristiana. En fin, es ver la vida cotidiana desde la concepción católica, como termómetro de fidelidad a la Iglesia. Por eso, vale la pena interrogarse: ¿Todavía tiene sentido hablar de “sentir con la Iglesia”, de “sentir en la Iglesia”, de “sentirse Iglesia”?  
    
      Al historiar los hechos eclesiásticos no lo hacemos con aire de triunfalismo, sino reconociendo ante todo que la Iglesia de Jesucristo está constituida por hombres pecadores, llenos de miserias y debilidades. “El triunfalismo y la suntuosidad son el cáncer de la Iglesia”. Son muchas las sombras y las oscuridades del espíritu humano, pero sobresalen las luces que permanecen ante la mirada de la investigación y el estudio sistemático que podemos presentar. Todos sabemos, desde la fe, que Dios se vale de todo para redimir a toda la humanidad; y a través de su Hijo Jesucristo obra la salvación por medio de la Iglesia. Por consiguiente, hacer historia eclesiástica es poner nuestra mirada de fe en Aquel que es la Puerta de la esperanza, el Camino de la salvación, la Verdad de la razón y la Vida misma de la Iglesia.

Una Iglesia concreta

     Esta Iglesia de Cristo tiene rostro humano en cada miembro bautizado y forman una porción del Pueblo de Dios. Esta Iglesia se “concreta” en la dinámica pastoral diocesana, es decir en la participación y comunión de todos los fieles cristianos. En esta dinámica pastoral, que va más allá de la enmarcación territorial y estructura física, se presenta y se vive en el sentido de pertenencia a la Arquidiócesis de Valencia. La cabeza visible de esta porción del Pueblo de Dios es el Obispo quien actúa en nombre del Supremo Pastor Jesucristo. Sus colaboradores, los presbíteros, son corresponsables del dinamismo y crecimiento de la fe de todos los bautizados. En esta estrecha colaboración, Obispo y presbíteros, y junto a ellos los seglares, quienes son la mayoría que hacen vida en esta Iglesia diocesana, el Espíritu Santo suscita los dones y los carismas. Sin cooperación no hay edificación. Todos tienen la misma dignidad, pues pertenecen al “único Pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (LG 4). Por tanto, todos “los cristianos, por ser miembros del Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo (cf Ef 1,22), contribuyen a la edificación de la Iglesia mediante la constancia de sus convicciones y de sus costumbres” (CIC 2045).   

Una Iglesia que nos envuelve

     Esta plena comunión de la Iglesia diocesana, Don Supremo del Espíritu Santo, debe y puede imprimir y definir lo particular de esta Iglesia valenciana. Todo ella “envuelve” la vida personal y comunitaria de sus miembros. No hay nada que pueda realizarse sin consentimiento de la comunidad diocesana, representada en la persona del Obispo diocesano. Aunque son muchos los carismas en los seglares, clérigos y religiosas, sólo la Iglesia nos garantiza la validez y la sensatez de una espiritualidad. Sin espiritualidad no hay crecimiento pastoral. La espiritualidad diocesana es el signo de identidad del amor y de la fe por esta Iglesia que se inserta en cada parroquia o comunidad eclesial. Cada cristiano, con una espiritualidad bien definida y decidida, se hace sentir en la sociedad. Dicha espiritualidad tiene su fuente en la comprensión real y vivencial del primer sacramento recibido en la Iglesia.

Una Iglesia que nos protege

     Cuando los miembros de una parroquia o comunidad eclesial se mantienen en comunión, la Iglesia de Jesucristo la “protege” del mal más antiguo y moderno: la dispersión. Sólo Jesucristo nos congrega en la unidad de la Iglesia universal y su permanencia sacramental nos garantiza su compañía hasta la eternidad. Los grandes males de la Iglesia nacen en la desunión de sus miembros y la ambición profana del poder. Sin comunión no hay comunidad. Mientras somos peregrinos en este mundo, vivimos en comunidad con el gozo y la alegría de ser hijos de Dios. De ahí nuestro profundo agradecimiento a Dios por muchos hermanos y hermanas que han sido y siguen siendo fieles testigos de su Hijo Jesucristo. “La Iglesia aumenta, crece y se desarrolla por la santidad de sus fieles (cf LG 39), “hasta que lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo” (Ef 4, 13)” (CIC 2045). Dentro de la Iglesia hay salvación. Es imposible hacer vida cristiana en paralelo a la vida diocesana. Este peligro no es un mero sentimiento de temor, sino una tentación que puede provocar estar “fuera de la Iglesia”.   

Una Iglesia que nos sostiene

    El remedio saludable para estar “dentro de la Iglesia” es la vivencia plena de los Sacramentos; recordemos lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “El obrar cristiano se alimenta en la liturgia y la celebración de los sacramentos (2047), especialmente la Eucaristía. Ella sostiene a la Iglesia y la fortalece. Sin la Eucaristía no hay comunión. En fin, la Iglesia vive de la Eucaristía. “En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: ‘Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar’ (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses 4, 18, 5)” (CIC 1327). Gracias a la celebración de la Santa Misa y la escucha permanente de la Palabra de Dios en las parroquias o comunidades, todos los fieles cristianos permanecen unidos en el Señor. En el reconocimiento de nuestros pecados -somos una Iglesia de pecadores- la reconciliación puede sanar los corazones divididos por la enemistad y por la diferencia de caracteres o personalidad. Cuando la persona de Jesucristo es el centro de nuestra espiritualidad, mayor es la experiencia eclesial o diocesana. Jesucristo sigue guiando a esta Iglesia particular y el protagonista de nuestra acción pastoral es el Espíritu Santo.

Una Iglesia amparada por la Madre del Socorro

     Este Primer Centenario de existencia como Iglesia diocesana, la Diocesis (hoy Arquidiócesis) de Valencia ha estado acompañada por una presencia excepcional y amorosa: Nuestra Madre Santísima, Nuestra Señora del Socorro de Valencia. Desde el nacimiento de esta Diócesis, ella acompaña e intercede por cada bautizado. Su presencia en la preciosa imagen de una dolorosa ha ayudado a cada cristiano a concretar su compromiso en esta Iglesia diocesana. Sin diocesinidad no hay compromiso cristiano. La vida diocesana se hace todos los días, y no sólo en los grandes eventos sociales. La diocesinidad es cotidianidad para el católico, tanto en su vida pública como privada. Por eso, recurrimos a la Madre de Dios y Madre Nuestra para que nos ayude en la fidelidad de su Hijo y así poder mantener el “sí” hasta la eternidad.

     El “sí” de María Santísima es el mayor testimonio de fe para todos los bautizados de esta Iglesia que nos “envuelve, protege y sostiene”. Ella, la humilde sierva del Señor, es el Socorro de Valencia, el modelo sublime de la Iglesia. Acudimos en su presencia para que nos siga llevando a su Hijo querido. María del Socorro de Valencia: Bendice y consagra a nuestra Iglesia diocesana en este Primer Centenario de su fundación; que podamos aprender a decir siempre “sí” en nuestra participación activa y decidida por la construcción del reinado de tu Hijo, hoy y siempre.  Amén.

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